jueves, 30 de octubre de 2008

domingo




Fecha: Wed, 21 Jul 2004 10:28:36 -0300 (ART)
De: "Verónica"
Asunto: domingo
A: dolores_lola_1969@yahoo.com.ar

Dom 18/7
Tengo tanta tristeza anudada a mi garganta hoy. Si supieras verla, podrías tocarla y atravesarla, es tan espesa y oscura, tan profunda y eterna. Si pudieras hacerme una traqueotomía para respirar. Es esa tristeza universal, la que se enreda en mi pelo y se escurre por mis dedos, que me hace doler la garganta por no llorar y me moja los ojos que no lagrimean.
LLORA el alma sabés, y cuando llora el alma, no hay nada que se pueda hacer. El alma es tan breve y etérea, tan difícil de encontrar. Cómo se cura un alma!
No puedo sacarme de la retina imágenes que ya no voy a poder compartir, porque sus protagonistas se esfumaron en el camino del olvido, se llevaron unas maletas enormes, llenas de recuerdos compartidos, de canciones de cuna, de cuentos gallegos, llenas de caricias y de besos, llenas de mí. Me dejaron sin un pedazo. Como hago para sentirme entera... si ellos se llevaron un pedazo.
Recuerdo el gusto salobre de sus lágrimas en mis labios, recuerdo a veces el calor de sus manos asiendo las mías, recuerdo algún cuento filtrándose en mis sueños, recuerdo algún gesto, recuerdo tantas cosas que temo que se me olviden.
A veces me olvido la voz, a veces se me desdibuja un rasgo, otras pierdo el hilo de un recuerdo común, que ya nadie, excepto yo, podrá recordar.
Donde pongo todo este amor que me quedó, donde lo pongo si esta rota la vasija que lo contenía. Se desparrama a veces líquido en mi cara, arde caliente en el alma, me seca la garganta para dejarla sin palabras.
“Se apagaron los ecos de su reír sonoro y es cruel este silencio que me hace tanto mal”
Jajajajajajajaaja. Que parecidos somos todos ante el dolor. Porque siento palabras ajenas como propias. Porque a veces el dolor de otro se clava en el corazón como un cuchillo.
Quien recoge mi dolor. Quisiera llorar y llorar hecha un ovillo. Pero sobre que hombro, si el que me soportaba ya no existe. Como le grito mi amor a unos oídos que ya no oyen, como lleno de caricias esas manos que ya no tocan, como extrañan mis mejillas esos besos que no volverán.
Cuando se murió mi abuelo, tenia nada más que siete años, reafirme y me até un montón de recuerdos para no olvidarlo, me aprendí la letra de Malena, su tango preferido, me convencí que los caramelos que él me regalaba eran mis preferidos, para seguir comprándolos, le pregunte a papá de que marca era su taxi, para poder imaginarlo, me adueñe de recuerdos ajenos y hasta invente recuerdos propios.
De mi bisabuela, la mente retiene más imágenes, fue un año después, yo era más grande, aparte vivía con ella, de hecho, dormía a pocos metros de su cama. Y si me acuesto y me esfuerzo hasta recuerdo el rimo de su respiración. Seguí cantando a veces para nadie, a veces para mí, los cantos gallegos que que me cantaba, leí hasta el cansancio “Lorenzo y Pepita”, el cuento que me leía una y mil veces a media lengua, porque había aprendido sola a leer y escribir. Les cuento a mis hijas que mientras hacia la tarea, ella se sentaba a mi lado y a pesar de su ignorancia me estimulaba “dale, a ver si terminas esa tarea antes que yo llegue a contar hasta cien”
Lola, ella es otra historia, vivía en casa, era la prima de mi abuela. Pero la quería mucho, mucho, mucho, sí. Cuando fui al velatorio abracé tan fuerte el cajón que tuvieron que aferrarlo para que no se cayera. Me servia el café mientras escribía, todavía la extraño en momentos como este. A las cuatro de la mañana, yo escribiendo sola en el comedor a media luz, ella preparándome el café de filtro, y el olor a sus tostadas, impregnando mi razón. Cuando nació Gian, le preparaba las mamaderas y las calentaba una y otra vez, cuantas veces hiciera falta.
Estaba muriéndose, decían que no conocía a nadie, yo me pare al lado de su cama, le moje los labios agrietados de la fiebre, le dije:" Y tía, cuando volvés a casa?”, “como esta la india?”, me preguntó.
Le escribí a Franccesco varias hojas sobre la tía Lola, me parecía injusto que olvidara a alguien que la había amado tanto.
El dolor más grande, el más terrible, el más profundo, ese lo conocí cuando se fue mi abuela hace casi tres años. Mi vida, cada día esta poblada de imágenes suyas, que no me esfuerzo por recordar, que conviven conmigo. Pero que si temo olvidar.
Todavía me da dolor de panza y ganas de llorar nombrarla.
Ya sé, quizás, no les pase a todos. Es que ella era mi mamá. Yo tenía dos mamás. En este punto escribir me cuesta. Tengo que usar las manos para enjugar las lágrimas. Son las 12 del mediodía y tengo miedo que me vean llorar así. Tengo que parar, tragar los mocos, respirar hondo, me cuesta tanto escribir el dolor. Un dolor así no se puede explicar, es tan grande que se queda atragantado en la garganta y es tan espeso que te duele llorar. No grita, cuanto más rotunda es su existencia, más mudo se vuelve.
Quería morirme con ella. Quería desmaterializarme e ir a donde había ido.
Estuve tres días tratando de convencerme de que era un sueño y me iba a despertar. Aún ahora creo que cuando me levante me la voy a encontrar, me parece escucharla arrastrando los pasos.
Le cuento mis tristezas, le hablo de vos, quiero creer que me escucha. Me esfuerzo por sentir sus manos acariciando mi frente en la oscuridad.
“Donde va el amor cuando el ser amado muere” me preguntaste, “el amor no se va y ahí es donde el ser amado nunca muere” te respondí.
Estoy segura de eso, amiga. Creo que se transforma en algo físico, como la artrosis, que en los días más nublados siempre duele.
Esta saliendo el sol otra vez, parece que todo empieza a doler menos.
Verónica

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